Poemas
de Jorge Luis Borges
musicalizados
e interpretados por Pedro Aznar
Comisionado
por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires
GRABADO
EN VIVO EN EL TEATRO COLON, BUENOS AIRES, EL 24 DE AGOSTO DE 1999
Al horizonte de un
suburbio
Tankas
A
un gato
El
El
suicida
El
gaucho
Los
enigmas
H.O.
Insomnio
Buenos
Aires
Caja
de música
Al
horizonte de un suburbio
Pampa:
Yo diviso tu
anchura que ahonda
las afueras,
yo me estoy
desangrando en tus
ponientes.
Pampa:
Yo te oigo en
las tenaces guitarras
sentenciosas
y en altos
benteveos y en el
ruido cansado
de los carros
de pasto que vienen
del verano.
Pampa:
El
ámbito de un patio
colorado me basta
para sentirte
mía.
Pampa:
Yo sé
que te desgarran
surco y
callejones y el viento
que te cambia.
Pampa sufrida
y macha que ya
estás en los cielos,
no sé
si eres la muerte.
Sé que estás en mi pecho.
Pedro
Aznar: voz, guitarra
Ascolta
Tankas
1
Alto en la
cumbre
Todo el
jardín es luna,
Luna de oro.
Más
precioso es el roce
De tu boca en
la sombra.
2
La voz del ave
Que la
penumbra esconde
Ha enmudecido.
Andas por tu
jardín.
Algo, lo
sé, te falta.
3
La ajena copa,
La espada que
fue espada
En otra mano,
La luna de la
calle,
¿Dime,
acaso no bastan?
4
Bajo la luna
El tigre de
oro y sombra
Mira sus
garras.
No sabe que
en el alba
Han
destrozado un hombre.
5
Triste la
lluvia
Que sobre el
mármol cae,
Triste ser
tierra.
Triste no ser
los días
Del hombre,
el sueño,
el alba.
6
No haber caído,
Como otros de mi sangre,
En la batalla.
Ser en la vana noche
El que cuenta las sílabas
Pedro Aznar:
voz; Alejandro
Devries: piano;
Damián
Bolotín: violín; Patricio
Villarejo: cello
Ascolta
A
un gato
No son más silenciosos
los espejos
Ni más furtiva el alba
aventurera;
Eres, bajo la luna, esa pantera
Que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un
decreto
Divino, te buscamos vanamente;
Más remoto que el Ganges
y el poniente,
Tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
Caricia de mi mano. Has admitido,
Desde esa eternidad que ya es
olvido,
El amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás.
Eres el dueño
De un ámbito cerrado como
un sueño.
Pedro Aznar:
voz, bajo; Gustavo
Sadofschi: guitarra; Alejandro
Devries: teclados; Quintino
Cinalli: batería; Damián
Bolotín: violín; Patricio
Villarejo: cello
Ascolta
El
Los ojos de tu carne ven el brillo
Del insufrible sol, tu carne
toca
Polvo disperso o apretada roca;
El es la luz, lo negro y lo amarillo.
Es y los ve. Desde incesantes
ojos
Te mira y es los ojos que un
reflejo
Indagan y los ojos del espejo,
Las negras hidras y los tigres
rojos.
No le basta crear. Es cada una
De las criaturas de Su extraño
mundo:
Las porfiadas raíces del
profundo
Cedro y las mutaciones de la
luna.
Me llamaban Caín. Por
mí el eterno
Sabe el sabor del fuego del infierno.
Pedro Aznar:
voz, bajo; Gustavo
Sadofschi: guitarra; Alejandro
Devries: teclados; Quintino
Cinalli: batería
Ascolta
El
suicida
No quedará en la noche
una estrella.
No
quedará la noche.
Moriré
y conmigo la suma
Del
intolerable universo.
Borraré
las pirámides,
las medallas,
Los
continentes y las caras.
Borraré
la acumulación
del pasado.
Haré
polvo la historia,
polvo el polvo.
Estoy mirando
el último
poniente.
Oigo el
último pájaro.
Lego la nada
a nadie.
Pedro Aznar:
voz, bajo; Gustavo
Sadofschi: guitarra; Alejandro
Devries: teclados; Quintino
Cinalli: batería
Ascolta
El
gaucho
Hijo de algún confín
de la llanura
Abierta,
elemental, casi secreta,
Tiraba el
firme lazo que sujeta
Al firme toro
de cerviz oscura.
Se batió con el indio y
con el godo,
Murió
en reyertas de baraja
y taba;
Dio su vida a
la patria, que
ignoraba,
Y así
perdiendo, fue perdiendo
todo.
Hoy es polvo de tiempo y de planeta;
Nombres no
quedan, pero el nombre
dura.
Fue tantos
otros y hoy es una
quieta
Pieza que
mueve la literatura.
Fue el matrero, el sargento y
la partida.
Fue el que
cruzó la heroica
cordillera.
Fue soldado
de Urquiza o de Rivera,
Lo mismo da.
Fue el que mató
a Laprida.
Dios le quedaba lejos. Profesaron
La antigua fe
del hierro y del
coraje,
Que no
consiente súplicas
ni gaje.
Por esa fe
murieron y mataron.
En los azares de la montonera
Murió
por el color de
una divisa;
Fue el que no
pidió nada,
ni siquiera
La gloria,
que es estrépito
y ceniza.
Fue el hombre gris que, oscuro
en la pausada
Penumbra del
galpón, sueña
y matea,
Mientras en
el oriente ya clarea
La luz de la
desierta madrugada.
Nunca dijo: soy gaucho. Fue su
suerte
No imaginar la suerte de los
otros.
No menos ignorante que nosotros,
No menos solitario, entró
en la muerte.
Víctor
Heredia: voz; Pedro Aznar:
voz, bajo; Gustavo
Sadofschi: guitarra; Alejandro
Devries: teclados
Quintino
Cinalli: batería
Ascolta
Los
enigmas
Yo que soy el que ahora está
cantando
Seré mañana el
misterioso, el muerto,
El morador de un mágico
y desierto
Orbe sin antes ni después
ni cuándo.
Así afirma la mística.
Me creo
Indigno del Infierno o de la
Gloria,
Pero nada predigo. Nuestra historia
Cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto,
qué blancura
Ciega de resplandor será
mi suerte,
Cuando me entregue el fin de
esta aventura
La curiosa experiencia de la
muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
Ser para siempre; pero no haber
sido.
Lito Vitale:
piano; Pedro Aznar:
voz
Ascolta
H.
O.
En cierta calle hay cierta firme
puerta
Con su timbre y su número
preciso
Y un sabor a perdido paraíso,
Que en los atardeceres no está
abierta
A mi paso. Cumplida la jornada,
Una esperada voz me esperaría
En la disgregación de
cada día
Y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi
suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
El abuso de la literatura
Y en el confín la no gustada
muerte.
Sólo esa piedra quiero.
Sólo pido
Las dos abstractas fechas y el
olvido.
Jairo: voz; Pedro Aznar:
voz, guitarra de 12 cuerdas; Gustavo
Sadofschi: guitarra
Alejandro
Devries: piano, teclados; Quintino
Cinalli: batería
Ascolta
Insomnio
De fierro,
de encorvados
tirantes de enorme
fierro tiene que ser la noche,
para que no
la revienten y la
desfonden
las muchas
cosas que mis abarrotados
ojos han visto,
las duras
cosas que insoportablemente
la pueblan.
Mi cuerpo ha fatigado los niveles,
las temperaturas, las luces:
en vagones de
largo ferrocarril,
en un
banquete de hombres que
se aborrecen,
en el filo
mellado de los suburbios,
en una quinta
calurosa de estatuas
húmedas,
en la noche
repleta donde abundan
el caballo y el hombre.
El universo de esta noche tiene
la vastedad
del olvido y
la precisión
de la fiebre.
En vano quiero distraerme del
cuerpo
y del desvelo
de un espejo incesante
que lo
prodiga y que lo acecha
y de la casa
que repite sus patios
y del mundo
que sigue hasta un
despedazado arrabal
de callejones
donde el viento
se cansa y de barro torpe.
En vano espero
las
desintegraciones y los símbolos
que preceden al sueño.
Sigue la historia universal:
los rumbos
minuciosos de la muerte
en las caries dentales,
la
circulación de mi sangre
y de los planetas.
(He odiado el agua crapulosa de
un charco,
he aborrecido
en el atardecer
el canto del pájaro.)
Las fatigadas leguas incesantes
del suburbio del Sur,
leguas de
pampa basurera y obscena,
leguas de execración,
no se quieren
ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en
montón
como perros, charcos de plata
fétida:
soy el
aborrecible centinela
de esas colocaciones inmóviles.
Alambre,
terraplenes, papeles
muertos, sobras de Buenos Aires.
Creo esta noche en la terrible
inmortalidad:
ningún
hombre ha muerto
en el tiempo, ninguna mujer, ningún muerto,
porque esta
inevitable realidad
de fierro y de barro
tiene que
atravesar la indiferencia
de cuantos estén dormidos o muertos
-aunque se
oculten en la corrupción
y en los siglos-
y condenarlos
a vigilia espantosa.
Toscas nubes color borra de vino
infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados
apretados.
Adrogué,
1936
Andrés
Giménez: guitarra, voz; Marcelo
Corvalán: bajo, voz; Andrés
Vilanova: batería
Pedro Aznar:
voz; Gustavo
Sadofschi: guitarra; Alejandro
Devries: teclados; Quintino
Cinalli: percusión
Ascolta
Buenos
Aires
Y la ciudad, ahora, es como un
plano
De mis
humillaciones y fracasos;
Desde esa
puerta he visto los
ocasos
Y ante ese
mármol he aguardado
en vano.
Aquí
el incierto ayer
y el hoy distinto
Me han
deparado los comunes casos
De toda
suerte humana; aquí
mis pasos
Urden su
incalculable laberinto.
Aquí
la tarde cenicienta
espera
El fruto que
le debe la mañana;
Aquí
mi sombra en la no
menos vana
Sombra final
se perderá,
ligera.
No nos une el
amor sino el espanto;
Será
por eso que la quiero
tanto.
Rubén
Juárez: voz, bandoneón; Pedro Aznar:
voz, bajo; Gustavo
Sadofschi: guitarra
Alejandro
Devries: teclados; Quintino
Cinalli: percusión; Damián
Bolotín: violín; Patricio
Villarejo: cello
Ascolta
Caja
de Musica
Música del Japón.
Avaramente
De la clepsidra se desprenden
gotas
De lenta miel o de invisible
oro
Que en el tiempo repiten una
trama
Eterna y frágil, misteriosa
y clara.
Temo que cada una sea la última.
Son un ayer que vuelve. ¿De
qué templo,
De qué leve jardín
en la montaña,
De qué vigilias ante un
mar que ignoro,
De qué pudor de la
melancolía,
De qué perdida y rescatada
tarde,
Llegan a mí, su porvenir
remoto?
No lo sabré. No importa.
En esa música
Yo soy. Yo quiero ser. Yo me
desangro.
Mercedes
Sosa: voz; Pedro Aznar:
voz; Alejandro
Devries: Piano; Damián
Bolotín: violín; Patricio
Villarejo: cello
Ascolta