Ciudades
son imágenes.
Basta con
un cuaderno de escolar para hacer
la absurda
vida de la poesía
en su primera
infancia:
extrañeza
elevada al cubo de Durero,
y un dolor
que no alcanza a ser él mismo,
melancólicamente.
Dos ratas
blancas giran en un círculo
a la
velocidad
de la neurosis;
después
de darme vueltas sesenta días justos
en el gran
mundo como en la jaula,
me concentro
en un solo pensamiento:
ratas que
giran.
Blanca,
velluda, diminuta esfera
partida
en dos mitades que brincan por juntarse,
pero donde
el tajo, la perpleja lisura
y el dolor,
ahora están esas patitas,
y en medio
de ellas sexos divisorios,
sexos
compensatorios.
Nos salen
cosas donde fuimos seres
aparte
enteramente, enteramente aparte.
Cinco minutos
de odio, total....cinco minutos.
Ciudades
son lo mismo que perderse en la calle
de siempre,
en esa parte del mundo, nunca en otra.
¿Qué
es lo que no podría dar lo mismo
si se le
devolviera al todo, en dos palabras,
el ser
mezquinamente igual de lo distinto?
Sol del
último día; ¡qué gran punto final
para la
poesía y su trabajo!
En el gran
mundo como en una jaula
afino un
instrumento peligroso.