Lo
atrevido de un pincel
Divina
Lysi mía
Perdite,
señora, quiero
Me
acerco y me retiro
Ya,
desengaño mío
Mueran
contigo, Laura, pues moriste
Hombres
necios que acusáis
1.
Lo atrevido de un pincel
Lo atrevido
de un pincel,
Filis,
dio a mi pluma alientos:
que tan
gloriosa desgracia
más
causa corrió que miedo.
Logros
de errar por tu causa
fue de
mi ambición el cebo;
donde es
el riesgo apreciable
¿qué
tanto valdrá el acierto?
Permite,
pues, a mi pluma
segundo
arriesgado vuelo,
pues no
es el primer delito
que le
disculpa el ejemplo
de ti, peregrina
Filis?,
cuyo divino
sujeto
se dio
por merced al mundo,
se dio
por ventaja al cielo;
en cuyas divinas
aras,
ni sudor
arde sabeo,
ni sangre
se efunde humana,
ni bruto
se corta cuello,
pues del mismo
corazón
los
combatientes
deseos
son
holocausto
poluto,
son
materiales
afectos,
y solamente del alma
en religiosos
incendios
arde
sacrificio
puro
de
adoración
y silencio.
Yo, pues, mi
adorada Filis,
que tu
deidad reverencio,
que tu
desdén idolatro
y que tu
rigor venero:
bien así,
como la simple
amante
que, en tornos ciegos,
es despojo
de la llama
por tocar
el lucimiento
como el niño
que, inocente,
aplica
incauto los dedos
a la
cuchilla,
engañado
del
resplandor
del acero,
y herida la tierna
mano,
aún
sin conocer el yerro,
más
que el dolor de la herida
siente
apartarse del reo;
cual la enamorada
Clicie
que, al
rubio amante siguiendo,
siendo
padre de las luces,
quiere
eñsenarle adimientos;
como a lo
cóncavo el aire,
como a
la materia el fuego,
como a
su centro las peñas,
como a
su fin los intentos;
bien como todas las
cosas
naturales,
que el deseo
de
conservarse,
las une
amante
en lazos estrechos...
Pero ¿para
qué es cansarse?
Como a
ti, Filis, te quiero;
que en
lo que mereces, éste
es solo
encarecimiento.
Ser mujer, ni estar
ausente,
no es de
amarte impedimento;
pues sabes
tú que las almas
distancia
ignoran y sexo.
¿Puedo yo
dejar de amarte
si tan
divina te advierto?
¿Hay
causa sin producir?
¿Hay
potencia sin objeto?
Pues siendo
tú el más hermanso,
grande,
soberano exceso
que ha
visto en círculos tantos
el verde
torno del tiempo,
¿para
qué mi amor te vio?
¿Por
qué mi fe te encarezco,
cuando
es cada prenda tuya
firma de
mi cautiverio?
Vuelve a ti misma
los ojos
y
hallarás,
en ti y en ellos,
no
sólo
el amor posible,
mas preciso
el rendimiento,
entre tanto que el
cuidado,
en
contemplarte
suspenso,
que vivo
asegura sólo
en fe de
que por ti muero.
2.
Divina Lysi mía
Divina Lysi
mía:
perdona
si me atrevo
a llamarte
así, cuando
aun de
ser tuya el nombre no merezco.
A esto, no
osadía
es llamarte
así, puesto
que a ti
te sobran rayos,
si en
mí
pudiera haber atrevimientos.
Error es de la
lengua,
que lo
que dice imperio
del
dueño,
en el dominio,
parezcan
posesiones en el siervo.
Mi rey, dice el
vasallo;
mi
cárcel,
dice el preso;
y el
más
humilde esclavo,
sin
agraviarlo,
llama suyo al dueño.
Así, cuando
yo mía
te llamo,
no pretendo
que juzguen
que eres mía,
sino
sólo
que yo ser tuya quiero.
Yo te vi; pero
basta:
que a
publicar
incendios
basta apuntar
la causa,
sin
añadir
la culpa del efecto.
Que mirarte tan
alta,
no impide
a mi denuedo;
que no
hay deidad segura
al altivo
volar del pensamiento.
Y aunque otras
más merezcan,
en distancia
del cielo
lo mismo
dista el valle
más
humilde que el monte más soberbio,
En fin, yo de
adorarte
el delito
confieso;
si quieres
castigarme,
este mismo
castigo será premio.
3.
Perdite, señora, quiero
Perdite,
señora, quiero
de mi
silencio
perdón,
si lo que
ha sido atención
le hace
parecer grosero.
Y no me
podrás culpar
si hasta
aquí mi proceder,
por ocuparse
en querer,
se ha
olvidado
de explicar.
Que en mi amorosa
pasión
no fue
desuido, ni mengua,
quitar
el uso a la lengua
por
dárselo
al corazón.
Ni de explicarme
dejaba:
que, como
la pasión mía
acá
en el alma te vía,
acá
en el alma te hablaba.
Yen esta idea
notable
dichosamenta
vivía,
porque
en mi mano tenia
el fingirte
favorable.
Con traza tan
peregrina
vivió
mi esperanza vana,
pues te
pudo hacer humana
concibiéndote
divina.
¡Oh,
cuán loca llegué a verme
en tus
dichosos amores,
que, aun
fingidos, tus favroes
pudieron
enloquecerme!
¡Oh,
cómo, en tu sol hermoso
mi ardiente
afecto encendido,
por cebarse
en lo lucido,
olvidó
lo peligroso!
Perdona, si
atrevimiento
fue atreverme
a tu ardor puro;
que no
hay sagrado seguro
de culpas
de pensamiento.
De esta manera
engañaba
la loca
esperanza mía,
y dentro
de mí tenía
todo el
bien que deseaba.
Mas ya tu precepto
grave
rompe mi
silencio mudo;
que él
solamente ser pudo
de mi respeto
la llave.
Y aunque el amar tu
belleza
es delito
sin disculpa
castígueseme
la culpa
primero
que la tibieza.
No quieras, pues,
rigurosa,
que, estando
ya declarada,
sea de
veras desdichada
quien fue
de burlas dichosa.
Si culpas mi
desacato,
culpa
también
tu licencia;
que si
es mala mi obediencia,
no fue
justo tu mandato
Y si es culpable mi
intento,
será
mi afecto precito,
porque
es amarte un delito
de que
nunca me arrepiento.
Esto en mis afectos
hallo,
y más,
que explicar no sé;
mas
tú,
de lo que callé,
inferirás
lo que callo.
4.
Me acerco y me retiro
Me acerco
y me retiro:
¿quién
sino yo hallar puedo
a la ausencia
en los ojos
la presencia
en lo lejos?
Del desprecio de
Filis,
infelice,
me ausento.
¡Ay
de aquel en quien es
aun
pérdida
el desprecio!
Tan atento la adoro
que, en
el mal que padezco,
no siento
sus rigores
tanto como
el perderlos.
No pierdo, al
partir, sólo
los bienes
que poseo,
si en Filis,
que no es mía,
pierdo
lo que no pierdo.
¡Ay de quien
un desdén
lograba
tan atento,
que por
no ser dolor
no se
atrevió
a ser premio!
Pues viendo, en mi
destino,
preciso
mi destierro,
me
desdeñaba
más
porque
perdiera menos.
¡Ay!
¿Quién te enseño, Filis,
tan primoroso
medio:
vedar a
los desdenes
el traje
del afecto?
A vivir ignorado
de tus
luces, me ausento
donde ni
aun mi mal sirva
a tu
desdén
de obsequio.
5.
Ya, desengaño mío
Ya, desengaño
mío,
llegasteis
al extremo
que pudo
en vuestro ser
verificar
el serlo.
Todo los
habéis perdido;
mas no
todo, pues creo
que aun
a costa es de todo
barato
el escarmiento.
No
envidiaréis de amor
los gustos
lisonjeros:
que
está
un escarmentado
muy remoto
del riesgro.
El no esperar alguno
me sirve
de consuelo;
que
también
es alivio
el no buscar
remedio.
En la
pérdida misma
los alivios
encuentro:
pues si
perdi el tesoro,
también
se perdió el miedo.
No tener qué
perder
me sirve
de sosiego;
que no
teme ladrones,
desnudo,
el pasajero.
Ni aun la libertad
misma
tenerla
por bien quiero:
que luego
será daño
si por
tal la poseo.
No quiero
más cuidados
de bienes
tan inciertos,
sino tener
el alma
como que
no la tengo.
6.
Mueran contigo, Laura, pues moriste
Mueran contigo,
Laura, pues moriste,
los afectos
que en vano te desean,
los ojos
a quien privas de que vean
hermosa
luz que a un tiempo concediste.
Muera mi lira
infausta en que influiste
ecos, que
lamentables te vocean,
y hasta
estos rasgos mal formados sean
lágrimas
negras de mi pluma triste.
Muévase a
compasión la misma muerte
que, precisa,
no pudo perdonarte;
y lamente
el amor su amarga suerte,
pues si antes,
ambicioso de gozarte,
deseó
tener ojos para verte,
ya le
sirvieran
sólo de llorarte.
7.
Hombres necios que acusáis
Hombres
necios que acusáis
a la mujer
sin razón,
sin ver
que sois la ocasión
de lo mismo
que culpáis:
si con ansia sin
igual
solicitáis
su desdén,
¿por
qué quereis que obren bien
si las
incitáis al mal?
Combatís su
resistencia
y luego,
con gravedad,
decís
que fue liviandad
lo que
hizo la diligencia.
Parecer quiere el
denuedo
de vuestro
parecer loco,
al
niño
que pone el coco
y luego
le tiene miedo.
Queréis, con
presunción necia,
hallar
a la que buscáis,
para
pretendida,
Thais,
y en la
posesión, Lucrecia
¿Qué
humor puede ser más raro
que el
que, falto de consejo,
el mismo
empaña el espejo
y siente
que no esté claro?
Con el favor y el
desdén
tenéis
condición igual,
quejándoos,
si os tratan mal,
burlándoos,
si os quieren bien.
Opinión,
ninguna gana:
pues la
que más se recata,
si no os
admite, es ingrata,
y si os
admite, es liviana
Siempre tan necios
andáis
que, con
desigual nivel,
a una
culpáis
por crüel
y a otra
por fácil culpáis.
¿Pues
cómo ha de estar templada
la que
vuestro amor pretende,
si la que
es ingrata, ofende,
y la que
es fácil, enfada?
Mas, entre el
enfado y pena
que vuestro
gusto refiere,
bien haya
la que no os quiere
y quejaos
en hora buena.
Dan vuestras
amantes penas
a sus
libertades
alas,
y
después
de hacerlas malas
las
queréis
hallar muy buenas.
¿Cuál
mayor culpa ha tenido
en una
pasión errada:
la que
cae de rogada
o el que
ruega de caído?
¿O
cuál es más de culpar,
aunque
cualquiera mal haga:
la que
peca por la paga
o el que
paga por pecar?
Pues ¿para
quée os espantáis
de la culpa
que tenéis?
Queredlas
cual las hacéis
o hacedlas
cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y
después,
con más razón,
acusaréis
la afición
de la que
os fuere a rogar.
Bien
con muchas armas fundo
que lidia
vuestra arrogancia,
pues en
promesa e instancia
juntáis
diablo, carne y mundo.